Presidente Uribe: ¿tributo al "César" comunista?
Objetivamente, respetando el contexto de la entrevista presidencial en que fueron dichas y, aún cuando cueste decirlo, por tratarse de una figura que durante su primer mandato mostró loable firmeza en relación a las guerrillas, las inesperadas palabras del presidente Uribe pueden ser calificadas como un acto de casi vasallaje al tirano que desde hace casi 50 años oprime a mi pueblo, a sangre y fuego. Se explica entonces que ellas hayan producido perplejidad, dolor e indignación en el millón de cubanos desterrados y entre los 12 millones de mis hermanos cubanos que agonizan en la isla-presidio.
Pero esas palabras también produjeron dolor en innumerables latinoamericanos que sufrieron en carne propia, y aún sufren -como es el caso del heroico pueblo colombiano- la acción homicida de movimientos revolucionarios alentados, entrenados, financiados y armados por La Habana. Sí, de ese heroico pueblo colombiano, que ha dado un ejemplo a las Américas y al mundo de altivez, de coraje y de resistencia a un chantaje guerrillero que ya dura décadas, con crueles atentados, secuestros, "boleteos", torturas y lamentables asesinatos, inclusive, el de propio progenitor del presidente colombiano.
El dictador Castro es el causante e inspirador de toda esa tragedia con un inimaginable costo humano, el mismo que hoy es calificado por una de sus víctimas, el presidente Uribe, contra todas las evidencias históricas, como "muy bueno en todas las horas", merecedor de "gratitud" por su constante "ayuda", inclusive, en el tema de la "paz"; calificado de esa manera, sorprendentemente, por un presidente en el cual la gran mayoría de los colombianos confió y hasta el presente continúa confiando en su capacidad de liderazgo para impulsar la reconstrucción moral y material de la sufrida y admirada Colombia.
En noviembre de 2000, durante la sesión de clausura de la X Cumbre Iberoamericana de Panamá, Castro se responsabilizó públicamente por el entrenamiento y apoyo a los movimientos revolucionarios en las Américas, incluyendo por lo tanto a las guerrillas colombianas y salvadoreñas que asesinaron a decenas de miles de personas, concluyendo de manera afrentosa: "Y no nos arrepentimos" (Granma, La Habana, 20 de noviembre de 2000). Fue entonces que el joven presidente de El Salvador, Lic.
Francisco Flores, defendiendo la honra de su pequeño gran país y de las Américas, increpó al dictador caribeño por haber estado "involucrado en la muerte de tantos salvadoreños", por haber entrenado "a tanta gente para matar salvadoreños" y por haber "tenido una participación cruel, sangrienta e irresponsable" en la guerra civil movida por las guerrillas marxistas (La Vanguardia, Barcelona, 20 de noviembre de 2000). El contraste entre la actitud del entonces presidente salvadoreño y la del actual presidente colombiano no podría ser mayor.
En marzo de 2002, el obispo auxiliar de Miami, monseñor Agustín Román, durante una ceremonia por la paz en Colombia celebrada en la Ermita de la Caridad, reconoció que "ha sido de nuestra sufrida Cuba de donde han emanado muchos de los males que aquejan a los países de América"; que "de allí ha salido el odio que ha motivado muchas de las batallas fratricidas que han ensangrentado a otros pueblos latinoamericanos"; y que también "de allí han salido la subversión y el terrorismo, así como las armas que han sido instrumentos de muerte desde el Río Bravo hasta la Patagonia". El prelado afirmó a continuación que Colombia no solamente "no ha estado exenta de ese flagelo" sino que es uno de los países "donde se han hecho sentir, con mayor rigor, las trágicas consecuencias de los males promovidos y estimulados por los que mandan en Cuba". Aclarando que "el pueblo cubano no es de culpar por ello, pues ese pueblo ha sido la primera víctima de esos hombres sin Dios que han promovido la violencia y el terror", afirmó solemnemente: "Yo quiero, como hijo de esa noble tierra, pedirles perdón a ustedes y a todas las familias de Colombia que han sido laceradas por la violencia marxista salida de Cuba". Y concluyó con palabras que el presidente de Colombia debería considerar: "Mientras las doctrinas del terror estén vivas en Cuba, no habrá paz en América" (cf. Agencia Católica de Informaciones - ACI y agencia CubDest, ambas del 11 de marzo de 2002).
Pobre Colombia, si su máximo gobernante alienta la esperanza de que podrá asegurar la "paz" en la querida y sufrida nación colombiana con rasgados elogios al lobo rojo. Disponiéndose a pagar ese tributo al "César" comunista, el presidente Uribe no obtendrá la merecida paz para su pueblo y tampoco dará a Dios lo que es de Dios.
Armando Valladares, ex preso político cubano, autor del libro "Contra toda esperanza", donde narra 22 años en las prisiones castristas, fue embajador de Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, durante las administraciones Reagan y Bush.
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